Llega la Navidad y con ella, un tiempo en el
que la mayoría de las personas nos tomamos unos días para descansar y disfrutar
de los pequeños placeres de la vida. No me estoy refiriendo al mero consumismo
del día sí y día también, sino a algo mucho más grande, un resurgir de los
valores más profundos. ¿Y cómo podemos conseguir recuperar esos valores? Por
medio del Adviento.
Para aquéllos que no lo sepan, el Adviento es
la época previa a la Navidad, los cuatro domingos antes del nacimiento de
Jesús. Suele durar entre 22 y 28 días. El adviento es un tiempo para la auto
reflexión y la oración. Es un tiempo en el que debemos prepararnos para la
buena nueva, deshacernos de todo aquello que no nos aporta ningún bien y
encaminarnos en busca de la Verdad.
La festividad del Adviento se caracteriza por
situar tanto en las casas como en las iglesias una corona de pino, denominada
corona de Adviento. Cada domingo se enciende una vela distinta que simboliza
una virtud cristiana y que hay que mejorar. Los colores de esas velas son el morado,
que se enciende el primer domingo; la roja, el segundo; la rosa, el tercero y el cuarto domingo de
Adviento, la vela blanca. Por esta
razón, la cuarta semana se enciende la blanca, por ser el último domingo. Ésta
representa a Cristo, la pureza.
Además, durante los cuatro domingos de
celebración, en las iglesias, los sacerdotes basan la lectura de los pasajes de
la Biblia en esta fecha tan señalada. Pero el Adviento no sólo es celebrado por
la Iglesia Cristiana, sino también por la Ortodoxa, aunque con algunas
modificaciones.
El objetivo de las velas es que la familia,
bien en su casa, o la comunidad en la iglesia, se reúna alrededor de ellas para
meditar y pedir por la mejora de todos. Frente a un mundo donde impera el hacer
por hacer, el Adviento nos conduce hacia la iluminación personal, a un
encuentro con Dios, nuestro Señor.
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